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UNIVERSIDAD Y CULTURA: LA JUVENTUD UNIVERSITARIA
Myriam I. Corti

Comenzaremos la presente Comunicación haciendo referencia, en primer lugar, al título asignado para la tarea de reflexión que hoy nos reune: Universidad y Cultura. Obviamente, no es necesario insistir en que ambas, tanto la Universidad como la Cultura, reciben su fundamentación, si bien no únicamente, sí, directamente, de la Antropología Filosófica ya que suponen en todo lo que es su ámbito específico, una concepción del hombre.
Asimismo, el título de la presente comunicación hace mención explícita de la juventud universitaria. Para ello es menester recalcar que la juventud, sea universitaria o no, no es sino una de las edades de la vida del hombre. Las edades de la vida a las cuales pertence la juventud, son un tipo de situaciones que tienen especial importancia para la comprensión del hombre. Porque no es sino del hombre de lo aquí se trata. Y es esta preocupación por el hombre lo que se pondrá de manifiesto, desde diversas perspectivas, en estas Jornadas. Por lo tanto, es obvio que una comprensión de lo que el hombre es, subyacerá en todo lo que diremos y sustentará, como unidad de sentido, los diversos aspectos a señalar. 
Consideramos oportuno advertir que, en lo que sigue, esbozaremos ciertas coordenadas desde la perspectiva filosófica, las que harán posible una reflexión mas ordenada, y, por lo tanto, mas fructífera sobre el tema propuesto.
1. La preocupación del hombre ha sido siempre la búsqueda de la unidad de toda multiplicidad, sea ésta de seres, de conocimientos, o de acciones. Si hay, a lo largo de toda la historia occidental, una linea inteligible que vertebra y da sentido a todo su quehacer, ésta es la constante insistencia y reiteración por parte del hombre en la búsqueda de una unidad de sentido. Muchos han sido y siguen siendo los intentos por hallar una expresión feliz, capaz de expresar de un modo efectivo aquello que específicamente constituye lo humano. Toda la historia de la Antropología así lo atestigua. Y a pesar de que nuestra época histórica contemporánea se inscribe como la que mas perfecta y excatamente ha logrado conocer y dominar a la naturaleza, también se inscribe y reconoce como la que mas perfectamente e inexactamente se sitúa frente al fenómeno humano. En efecto, su perplejidad para establecer cuál sea la unidad de sentido que ilumina la existencia humana aparece estampada en una de sus caracteristicas propias, la del avance científico-técnico: nunca, anteriormente, tuvo el hombre en sus manos tantas posibilidades efectivas de bienestar, confort y progreso, y, también, nunca anteriormente ha tenido el hombre tanta inseguridad, incertidumbre y desamparo como lo tiene ahora. 
Si echa una ojeada a la filosofía de nuestros tiempos encuentra que éstas, bajo las mas diversas y variadas modalidades, insisten en afirmar que la capacidad de reflexión, o de pensamiento, como quiera idetificársela, se ha perdido, y, con ella, el hombre ha extraviado su humanidad. Llámeselo al hombre “animal racional”, o “animal político”, o “animal simbólico” o “animal social”, o “existencia”, o “espíritu”, o “naturaleza, o “pensante”, o “activo”, llámeselo como se lo llame, el hombre, ciertamente, tiene un nombre que le es propio, y que es, justamente, el que hoy se encuentra extraviado. Y es por ello que la ciencia se ha convertido en una búsqueda desenfrenada en pos del nombre de todas y cada una de las cosas de la naturaleza, las cuales han adquirido un lugar muy preciso, exacto y calculado pero, carente de referencia a lo humano porque se desconoce cual sea el lugar preciso del hombre, desde el cual adquiere equilibrio, forma y figura todo lo demás. Se ha perdido el centro de gravedad de la naturaleza porque se ha perdido el centro de gravedad del hombre. ¿Cuál es el medio, el centro, la totalidad que establece y restablece la universal referencia y atracción de todos y cada uno de los seres del universo, posibilitando que todas y cada una de las cosas giren en orden y armonía, describiendo con exactitud, sin prisa pero sin pausa la órbita de sentido que sus nombres suponen, y asi, el “arriba” y el “abajo”, el “antes” y el “después”, el “aquí” y el “ahora” se dimensionen? Ese medio y ese centro y esa gravedad y ese peso que aligera a cada ser en la“alegría” de lo que es, pero que al mismo tiempo, lo agrava con su peso en la “responsabilidad” de lo que debe ser, no es sino la Verdad.
Es así que, si hemos dicho que las cosas han perdido su centro porque el hombre ha perdido el suyo y , si es asi que, el centro del hombre es la verdad, entonces, es que hemos dicho que el hombre contemporáneo ha perdido la Verdad. ¿Pero, es que la verdad puede perderse, asi como se pierde una moneda, un lápiz, un paraguas? Asi lo parece. Al menos, hoy. Y bien, entonces, si sabemos lo que hemos perdido, busquémoslo. Esta búsqueda de la Verdad, pero de la Verdad con mayúsculas, no es sino la Filosofía. Cada filósofo, cada época han señalado una unidad. Porque si bien es cierto que todos han afirmado la exigencia de su presencia, no todos coinciden con el señalamiento de cuál sea esta unidad. Al decir esto estamos haciendo referencia a la cuestión de cuáles sean los “principios filosóficos” que sustentan toda construcción humana: la cultura. Concretamente nos referimos a la Metafísica y a la eterna pregunte del Ser. 
Pareciera que dicho y establecido esto, sólo sería cuestión de “poner manos a la obra”y dar, así, solución a todos nuestros problemas. Sin embargo, la cosa no es fácil. Y no lo es por dos razones: la primera, porque de suyo no lo es. Y de suyo no lo es porque es precisamente el hombre quien debe buscarla y encontrarla. Y el hombre es una realidad compleja, limitada e imperfecta. Bien sabe nuestra época contemporánea de la facticidad y finitud de la existencia humana. Ella las ha conquistado, de una vez y para siempre, frente al sujeto absoluto de la edad moderna. La segunda razón es porque en  el hombre incide la historia. Ese acontecer que el hombre burila y, de rebote, a él mismo lo burila.
2. Quisiéramos hacer referencia brevemente a esto último: la incidencia de lo Histórico en la búsqueda de la Verdad. Hablamos de ésta, nuestra época contemporánea. Ella es un hecho histórico más. Condicionada por la edad moderna se encuentra en situación óptima con respecto del conocimiento de toda otra realidad que no sea el hombre y el ser. ¿Y por qué es esto así? Porque ha establecido como principio que la Metafísica no existe y que el Ser es pura palabra sin sentido. Es decir, ha establecido que la Verdad absoluta no existe. Cierto que hay honrosas excepciones, pero, son ésos, excepciones, y las excepciones no cuentan. Por lo menos, todavía. Que la verdad absoluta no existe quiere decir que no hay – como lo hubo en las demás épocas históricas- ni centro, ni medio, ni punto de referencia; sea éste el mundo (Griegos) o Dios (Medievales) o el hombre como sujeto absoluto (Modernos). Y es por ello que hoy todo gira vertiginosamente y las unidades establecidas respecto de los seres, de los conocimientos y de las acciones, no son sino las mismas relaciones establecidas por el hombre entre ellos, y, por lo tanto, infinitamente posibles de seguir siendo establecidas sin límites. Porque por tratarse de realciones, son de suyo “relativas”. Es decir, su esencia consiste en la relación, cuya formulación máxima se expresa en el lenguaje matemático que, no en balde, se ha convertido en el ideal de toda la formulación científica. No cabe duda que la cibernética es la ciencia del futuro.
En suma, nuestro hecho contemporáneo se caracteriza por dos constantes: 1) No hay unidad de sentido que no sea realtiva. 2) La relatividad de toda unidad de sentido lo es, siempre, respecto del hombre y de su capacidad para establecerlas. Pero, y he aquí abismal diferencia con la edad moderna, el hombre es también relativo. Ya no tiene más vigencia la afirmación del hombre como sujeto absoluto. Dicho ésto, queremos aclarar que no somos ciegos respecto de la incidencia y vigencia de la modernidad en nuestro tiempo contemporáneo. Ciertamente, estamos todavía viviendo sus consecuencias. Sin embrago, no somos ya hombres de la modernidad. Somos hombres contemporáneos. Y es por ello que sus ideales ya no cuajan. Es decir, ya no sastifacen. Y esto lo atestiguan la Historia, la Psicología, la Pedagogía, la Sociología, la Economía y la Política. Porque, primariamente, lo ha establecido la Filosofía. Así, en todas partes, se oye hablar de “épocas de crisis” y de “período de transición”. Crisis de los ideales de la modernidad y tansición hacia otra unidad de sentido. Pero, he aquí que esta unidad es una unidad tan absolutamente móvil, variable e inestable que, precisamente, ha dejado de verse y sentirse como unidad. 
Este es el hecho. Tal su rigor. Nuestra mentalidad contemporánea se siente constreñida por los hechos porque ha establecido que los hechos son la verdad. Pero, es que ¿es esto así en absoluto? 
3. Hasta aquí hemos establecido como coordenadas las siguientes: 1º Lo que de básicamente subyace en toda y en cada una de las edades del hombre y de las épocas de la Historia y que no es sino su eterna búsqueda de la unidad. Y, 2º la incidencia de lo Histórico perfilando el “modo” como se presenta esta búsqueda de la unidad en nuestra época actual. Pasaremos ahora a la consideración de la 3º coordenadas y que es la caracterización, a grandes rasgos, de esta etapa de la vida del hombre que llamamos “juventud” (seguiremos aquí la descripción de R. Guardini en Die Lebensalter). La juvetud, que es una fase, entre otras, de la vida del hombre, se encuentra entre las de la niñez y de la madurez. Dos crisis la separan de ellas, la de la pubertad y la de la experiencia. Por otra parte, cada fase, sin embargo, está inserta en el conjunto y adquiere su propio sentido, solamente, cuando se desarrolla realmente, con referencia a él. Es decir, hay una unidad de sentido para cada fase de la vida porque hay una unidad de sentido del hombre para todas ellas. La unidad de sentido para el hombre ya la hemos establecido como la búsqueda de toda unidad. Es decir, como la búsqueda sin más, de “la” unidad. Cuál sea la unidad de sentido de esta fase que llamamos juventud, es lo que haremos ahora. 
En el joven hay muchas cosas en “transformación”, y, muchas en “contraposición”. El joven, que  ha atravesado la crisis de la pubertad, ha tomado contacto con su propio yo y trata de apoderarse de si mismo. La unidad de sentido de esta fase de  la vida está determinada por dos elementos: uno positivo, la fuerza de ascensión de la personalidad que se acentúa, así como de la vitalidad que se abre paso; y, uno negativo, la falta de experiencia de la realidad. La actitud del joven es una actitud orientada hacia algo “infinito”; lo infinito del comienzo no puesto a prueba. Tiene el carácter de de lo incondicionado; la pureza que consiste en rechazar las transacciones; la convicción de que las ideas verdaderas y las actitudes justas están, inmediatamente, en condiciones de cambiar la realidad y darle forma. De ahí, también, la inclinación al corto-circuito en juicios y acciones. Y, todo ello, con tanta más violencia cuanto mas inseguro está todavía el ser propio. La actitud del joven es una actitud que exige lo absoluto. Pero, a la vez, y como no puede menos de ser, falta la experiencia de la realidad. Falta la experiencia de las relaciones auténticas; la medida de lo que puede uno mismo, lo que pueden lo demás, y, lo que puede, en general, el hombre. Este período es el idealismo natural, que sobrevalora la fuerza de la idea y de la manera de enjuiciar. El término idealismo, alude aquí al modo como se percibe la realidad. Falta la experiencia de la realidad porque “experiencia” no significa saber con qué frecuencia fracasa el bien, y cuánto mal hay en el mundo, sino que se sepa esto del modo justo; en la relación justa con la esencia del hombre, con el conjunto del acontecer histórico y social, y , sobretodo, con esos elementos, tan influyentes que son la mediocridad y lo cotidiano. El joven no lo sabe así. Es por todo ésto que este período es también la época en que la sensación de lo incondicionado inspira ánimo para tomar resoluciones que son decisivas para la vida. En esta época el joven emprende cosas grandes: el trabajo; la profesión; el amor. Aquí está también el gran peligro de quedar seducido por quienes encauzan para sus fines, con frío cálculo, la generosidad de la vida. Basta echar una ojeada a la Política para ver cómo ese mal uso de la vida joven se ha convertido en un método. Todo esto significa un gran riesgo pero, también, una gran posibilidad.
4. Cuando el estudiante ingresa a la Universidad, se encuentra, en términos generales, en esta etapa de la vida. Y, además, con la conciencia y la alegría de haber realizado una decisión muy importante para el futuro, no sólo personal, esto es, individual, sino muy imporante, también para los que lo rodean, esto es, su familia, su pueblo, su país, y, en fin, para toda la Humanidad. Ya que, aunque no tenga muy claro y del todo lo que la Universidad es, sabe, porque asi lo siente, y asi se lo han dicho, y asi lo escucha a cada paso –discursos, formularios, pronunciamiento- que la Universidad es el lugar o la institución educativa de instancia última. Es decir, es el nivel máximo de cultura. Ha ingresado en el ámbito propio, adecuado y específicamente ordenado para dar respuestas a todos sus interrogantes. Ha ingresado en el ámbito del saber. Ha ingresado en el espacio de la Verdad Objetiva.
¿Está equivocado el joven que asi lo siente? ¿Es eso la Universidad? Por lo pronto, y sólo queremos situar la juventud “universitaria”, la Universidad lleva impresa en su mismo nombre lo que ella es: “universidad: unidad en la diversidad”. Sin entrar en los detalles ni en las precisiones – la discusión iría al infinito- creo  que, por de pronto, coincidiremos en dos exigencias respecto de las cuales la Universidad no puede fallar. Y estas son: 1º saber cuál es la unidad de los conocimientos entre sí; es decir, unidad de cada ciencia consigo misma y unidad del saber en totalidad; y 2º, saber cual es la unidad de la realidad humana, consigo misma, con los demás y, si cabe al caso, con Dios. Es decir, además de cultivar la que -provisoriamente- llamaremos “inteligencia científica” del futuro profesional, la Universidad debe, también, cultivar la que llamaremos -provisoriamente- “inteligencia ética” del ser humano que es, prioritariamente, el joven universitario. Y decimos intencionalmente “prioritariamente”, porque no es ningun secreto para las Ciencias del Hombre de hoy, que un hombre frustrado en lo “humano”, es un hombre frustrado en lo “profesional”. 
Y con esto, y más que sumariamente, hemos establecido la cuarta y última coordenada a tener en cuenta para mejor comprensión de la “juventud universitaria”.
Finalmente nos resta sumar lo dicho hasta aquí:
1º: Para entender la Ètica, la Cultura y la Juventud es necesario entender el  Hombre.
2º: Para entender el Hombre es necesario entender la Verdad.
3º: Para entender el Hombre y la Verdad es necesario preguntarse por la unidad de toda la multiplicidad, i.e., preguntarse por el Ser.
4º: Para entender el Ser es necesario la búsqueda Metafísica.
Por otra parte:
5º: Para entender todo esto, rastrearemos la Historia porque ella no es sino la búsqueda del Ser como Unidad de toda multiplicidad. Unidad que da sentido, incluso, a la Historia.
6º: Nuestra época contemporánea ha establecido -he aquí su Cultura- que la Unidad, es decir, el Ser, es “Relación”. Y que la “Relación”, es decir, el Ser, o sea,  la Unidad es “relativa”. Dicho de otro modo, no es Absoluta. En buena lógica clásica, no es Unidad. Porque la unidad no puede ser “relativa”. Relativo a ella es todo lo demás. Vale decir, la multiplicidad adquiere sentido desde la Unidad “respecto” de la cual es.
7º: EL joven universitario, por ser joven, busca precisamente lo incondicionado, lo absoluto. Y además, carece de la experiencia que enseña que lo absoluto no se da en forma pura, sino que se encuentra tamizado con lo relativo. Esto, claro, si uno admite que existe lo Absoluto, es decir, la Verdad. 
8º: El joven universitario, por ser universitario, aprende lo que la Universidad le enseña.
9º: La Universidad -que no escapa ni al tiempo ni al espacio- le enseña que la Unidad, Esa, Absoluta, que él busca, Incondicionada y Eterna, no existe. Porque hoy todo es RELACIÓN. Lo dicen las Ciencias porque primeramente lo ha dicho la Filosofía. 
10º: EL joven universitario no hace más que sacar las consecuencias de lo que nosotros, y los hombres anteriores a nosotros, que somos la “conciencia histórica contemporánea”, le hemos enseñado. 
Pues bien, creo que no escapará a ninguno de los aquí presentes la encrucijada histórica en que los hombres de hoy, nosotros, nos encontramos. LA responsabilidad es nuestra. Busquemos la Unidad perdida que no es sino la Verdad. En ello está en juego el hombre mismo. Es decir, nosotros.
Por hoy, sólo hemos hablado “a favor” de la Verdad. Todavía faltaría hablar “sobre” la Verdad. 


Córdoba, Noviembre de 1979.

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